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(Proyecto de la Biblioteca "Magdalena Leroux")

viernes, 25 de marzo de 2011

Luis Landero: Juegos de la edad tardía

Capítulo 1

La mañana del 4 de octubre, Gregorio Olías se levantó más tem­prano de lo habitual. Había pasado una noche confusa, y hacia el amanecer creyó soñar que un mensajero con antorcha se asomaba a la puerta para anunciade que el día de la desgracia había llegado al fin: «iLevántate, pingüino, que ya se oyen cerca los tambores!», le dijo. Miró el cuarto en penumbra y de inmediato, derrotado por la ilusión de estar soñando la vigilia, volvió a cerrar los ojos. «Bah, todavía es tarde para huir», contestó desde la duermevela, y aunque por un momento se con­sideró a salvo, enseguida adivinó que progresando en el absurdo acaba­ría encontrando en él las leyes lógicas que lo emparentaban con la realidad. Así que reunió valor para decir, «estoy perdido», y añadió, «perdido en la selva amazónica con una caja de zapatos y una navaja múltiple», y otra vez comprendió que estaba levantando un parapeto de urgencia que lo defendiese de las asechanzas del mundo. Pero las palabras debían de haber perdido sus propiedades mágicas. Para confir­mado, dijo en alto, «penibán», y quedó alerta, escuchando los efectos de tan formidable declaración. No ocurrió nada: ni siquiera las cosas veteranas de siempre, con sus nombres ilustres de siempre, elevaron la más débil protesta contra la irrupción del intruso. Un reloj dio las ocho, y el tiempo amenazó entonces con recuperar su sentido lineal.

Inspirado en el eco de la última campanada, Gregorio se imaginó la agonía de un movimiento originariamente impetuoso. Vio morir las olas contra el faro, la calderilla postrera de una gran fortuna, el suspiro final de un alma apasionada, y no sólo se negó a reconocer en esas visiones los síntomas precursores del presente, sino que retrocedió en el tiempo hasta encontrar a Aquiles detrás de la tortuga, y cuando a punto estaba ya de proclamar que el mundo era ilusión y sólo ilusión, salió a la realidad con una tragantada de pánico.

y sin embargo, ¿qué era ahora aquel rumor en desbandada que se oía afuera? Escuchó con tanta atención que no tardó en reconocer los pasos de unas raquetas en la nieve y el aullido de los lobos en un bosque de abetos, y por un instante se llenó con la euforia lúgubre de su mejor héroe de ficción, Luck Turner, protagonista de la novela Vidas salvajes, cuyos datos constaban en los ficheros de las más prestigiosas bibliotecas públicas de la ciudad. Cuando al cabo de mucho tiempo se

(Luis Landero: Juegos de la edad tardía, Barcelona, ed. Tusquets, col. Andanzas, nº 102, 14ª ed., 1991, pág. 15)

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